Ilustración: Blanca Rodríguez G-Guillamón |
Te adentras en la duna con las
zapatillas colgando de los dedos y me esperas. La arena está fría y
salpicada de ramas punzantes. Te ofreces a cargarme a la espalda,
pero yo sonrío con la cabeza baja y echo a correr hacia la orilla.
Entonces me miras por detrás de
tus ojos rasgados y me parece adivinar un pensamiento. Y yo recojo
una piedra y la lanzo al mar. Hay algo diferente, joven y frágil;
pero también miedo, aunque no lo digamos ninguno de los dos.
El silencio se vuelve tan grande
que se oyen los latidos. Los latidos de las olas, de la arena, del
cielo, de tus labios, de los míos. Despierta otro día y el sol
sonríe. Aquella mañana nacemos de nuevo tú y yo.
Precioso...
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