Gavrila
la debía estar esperando. Seguramente jugando con las nubes.
Probablemente vestido con un rayo de sol. Con sus rizos rubios y su
«Ven, ven, ven»
de repique de campana. Seguro que la recibió con su elegancia
infantil: con la ropa planchada y muy firme. Seguro que también se
le escapaba la risa por los ojos. Seguro que pensaba “cuando te
despistes, nos iremos a volar”.Seguro también que no dijo nada
hasta que Ana lo pensó, hasta que se dio cuenta de que ella se había
convertido en historia, en sueños, en amor. Como sus personajes.
Con admiración, a Ana María Matute.
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